Hace aproximadamente 40 años, Takamura Tsuruo, un químico e investigador japonés e hijo único, se retiró de la universidad para cuidar a su madre. “Miró la tabla de los alimentos y vio que el ajo estaba entre los principales. Pero a la madre no le gustaba. Los japoneses son muy sensibles a los olores. Pensó cómo podía hacer para lograr un ajo sin olor. Se pasó tres años haciendo experimentos y transformó su casa en un laboratorio. En ese proceso se dio cuenta que al cocinar el ajo a temperaturas muy bajas, lograba uno que era muy suave”.
Gustavo Aoki conoció el ajo negro hace unos años. Él nació en argentina, pero su familia es oriunda de una provincia que se llama Gifu, donde está el productor más grande de ajo negro del mundo, y de la cual él es secretario en Argentina. “Como era paisano nuestro, se acercaron a Argentina y hubo una especie de confraternización y nos trajo de regalo ajo negro. Empecé a probarlo y me pareció rico y fácil de comer. En Japón estaba hacía 20 años y yo no lo había probado. Era un boom pero entre personas ‘de edad’. El ajo negro es un producto caro. La gente que veía que las pastillas no le hacían efecto, iban hacia la parte alternativa. El ajo negro es relativamente nuevo, entonces no está dentro de la cultura comerlo”